El tablero está ocupado casi en su totalidad, tan solo dos comunidades autónomas permanecen indecisas. Tras añadir las dos cartas rojas y las dos azules de rigor, Mario, presidente del Gobierno y candidato por el partido azul, baraja el mazo de cartas de voto, se lo da a cortar a Alberto, candidato por el partido rojo, y pone una carta de voto sobre cada una de las dos comunidades que aún no se han decidido.
Marga suelta un improperio: con cinco comunidades, las mismas que el partido rojo y una más que el azul, ya se veía ganadora del juego. Pero una de las dos cartas reveladas es azul, y la otra es roja, por lo que en el conteo final, el partido amarillo queda segundo empatado con el azul, y el partido rojo se proclama como fuerza más votada por un estrecho margen.
Alberto se pone de pie y tararea el himno de su partido, secundado por su compañera Leonor, que le toma de la mano y la alza en señal de victoria.
Alberto está a punto de dar un improvisado discurso de investidura cuando recuerda que las cosas no son tan simples: se necesita gozar de mayoría absoluta para investir al presidente, y eso requiere pactar con Marga, que acumula suficientes votos como para llevarle a la Moncloa.
—Te doy el control de una comunidad —le ofrece Alberto.
—Hmmm… ¿y tú, Mario, qué me ofreces?
—Yo te doy dos.
—¿Pero tú estás loco, palurdo, o es que te puede la ambición? —dice su compañera Estela—. ¿Darle dos? ¿Para que ella tenga siete y nosotros tres? Le estás poniendo la partida en bandeja, macho…
Mario ignora a Estela y mira a Marga, expectante. La líder del partido amarillo se gira hacia Alberto.
—¿Y bien? ¿Vas a mejorar tu oferta?
—Vale. Te doy dos.
—Pues yo —dice Mario— además prometo no investigarte en toda la legislatura.
—No me fío de esa promesa, pero vale. En realidad me conviene más casarme con vosotros, por el simple hecho de que ahora mismo sois más débiles.
Y, de este modo, Mario se convierte, de nuevo, en Presidente del Gobierno. ¡Bienvenido a la subasta en la trastienda de la política!
(Continuará…)